Reconozco que cuando vi, hace pocos días, la portada del HOLA donde el arichimultimillonario matrimonio Biatore aparecía escoltado por la familia Aznar, me dió un poco de pudor, y de vergüenza, el observar esa figura profident de Ana Aznar que ponía el tono dental a una fotografía de mucho figurar. No podrá quejarse Anita de su boda, pero sí podemos quejarnos muchos de que supuso la ascensión a los cielos del cesarato del, hasta entonces, previsible y austero Aznar.
Mucho se ha hablado, analizado y comprado, la retirada de Aznar con la de Felipe González. Y, salvando las muchas distancias que los separa, el ex presidente popular renunció a cortar su cordón umbilical con el futuro de su partido al decidir aplicar al PP la dedocracia que tan peligrosa suele ser cuando las cosas acaban mal, como ha sido en el caso de Rajoy. Si Rajoy hubiese ganado las elecciones, nadie le pediría cuentas a Aznar, pero como Rajoy ha perdido dos veces y se ha aferrado al sillón en una operación infecta de poder y traiciones como pocas se han visto en la historia contemporánea mundial, Aznar no puede evitar o hacer olvidar a los demás que su responsabilidad es algo de lo que tiene que dar cuenta, y esto es lo que esperaban muchos y temían algunos con su discurso en el congreso soviético.
Que su discurso fue en clave anti Rajoy, nadie lo duda. Sobre todo viendo las reacciones de los enemigos de siempre del PP pero ahora amigos de Mariano; y, también, de algunos medios investidos como defensores integristas del marianismo que encabeza su nómina, con un afán encomiable, "el confidencial", en donde no se ha podido leer, desde el 9-M, ni un solo artículo de crítica, si quiera disgusto, con Mariano Rajoy.
Es verdad que Aznar dijo, a su manera, todo lo que llevaba cayándose desde el 9-M, pero cuando habló de su respaldo responsable a Rajoy dejó claro que renunciaba a pedir perdón pero reconocía su error en el pasado. Aznar es así, y poco más se le puede pedir. Son las miserias que un aznarista como yo reconoce, porque la grandeza de la figura de Aznar se alimenta de sus aciertos pero también de sus errores, a diferencia de los que odian a Aznar, que solamente ven sus errores, muchas veces los exageran y no pocas los inventan. Porque ser aznarista no significa anclarse en el pasado, ni pertenecer a una derecha irredenta y arcaica que poco tiene que ver con la sociedad actual. Ser aznarista supone, por encima de todo, tener un proyecto político claro y definido, con unas ideas y unos valores que no se compran, ni se venden, ni se alquilan, por un puñado de elogios de los tradicionales adversarios del PP. Todo lo contrario de lo que está haciendo Rajoy y en lo que ha convertido al PP el déspota gallego, ojo no confundir con Fraga.
Pero Aznar por mucho que hable del respaldo responsable, de apoyar a Rajoy por sentido de partido, no puede escudarse en estos argumentos, por lo menos no debería, ante unos nuevos tiempos que van encaminados a que el Partido Popular acepte los supuestos teóricos y culturales de la ziquierda aunque pretenda disimularlo en la práctica. Ahí está la respuesta de Aznar cuando habló de no traicionar a los propios votantes del PP, para mayor irritación de muchos. Pero mejor aún cuando dijo aquello que primero ganar y luego dialogar, como habían hecho en 1996. Respondía así a todos aquellos fariseos y farsantes que se rasgaban las vestiduras porque María San Gil se alarmase porque el PP quisiera pactar con el PNV, que también lo hizo Aznar. Y es que hay algunos que se piensan que nuestra memoria está al mismo nivel que su vergüenza y su talento, es decir, por los suelos.
No obstante, al igual que Rajoy ha copiado en todo a Gallardón y ha asumido el discurso político del alcalde, también le ha imitado introduciendo a Ana Botella en la dirección nacional del Partido Popular. Hay que ver lo lejos que está llegando la mujer del Aznar, porque esto es el único mérito que abre las puertas a la Botella, ser la mujer de Aznar. A partir de ahí, cada declaración más nefasta, cada idea emanada de la Botella más inútil. Dijeron, por entonces, que Gallardón aceptó a la Botella como garantía de que Aznar no haría nada en contra de su enemigo íntimo, pues conviene recordar que fue Gallardón, y no Felipe, el principal obstáculo para que Aznar fuese investido presidente en 1996. Tal vez, y esto podríamos decirlo ahora, Rajoy acoja a Ana Botella como garantía de que Aznar siga callado y así solamente habla de congreso en congreso, pues es un peso que los marianistas pueden soportar, aunque de muy mala gana todo hay que decirlo.
En definitiva, el paso de Aznar por el congreso soviético ha dejado un sabor bastante agridulce que no define, de ningún modo, una postura clara de aquel que puso, con su dedo, a Rajoy en la presidencia. Que sí, que no está de acuerdo con este PP rajoyesco, pero no parece que vaya a hacer absolutamente nada para validar su autoridad y devolver la ilusión a tantísimos votantes y militantes del PP que se sienten huérfanos de padre político y que esperan a las urnas para pasar la factura a tanto despropósito y tomadura de pelo del rajoyismo naciente y moliente.
Yo no sé si, a este paso y según algunos creen que está escrito, Ana Botella logrará ser la primera alcaldesa de Madrid en la democracia, yo espero que no, porque no se merecen los madrileños tamaña desgracia, pero como el destino no está en las estrellas, en contra de lo que decía aquel famoso banquero que quiso disputarle a Aznar la presidencia del PP, veremos en los próximos tiempos si el ex- presidente ha comprendido que su responsabilidad sigue viva aunque quiera mirar a otro lado o si, por el contrario, tienen razón muchos anti aznaristas cuando dicen que a José María ya solamente le importa ganar dinero, además de que pertenece al pasado. Jamás un dedo había sido tan importante en la historia pasada, presente y futura de una nación. Porque sí, el dedo de Aznar sigue siendo el futuro, Rajoy sólo es el pasado.
lunes, 23 de junio de 2008
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