Suelen decir que una imagen vale más que mil palabras, y la foto del rey con Adolfo Suárez, lo que queda de él claro, llega a condensar muchos recuerdos pero no toda la verdad. Ya sé sabe que en este país hablar del rey es hacerlo bien, porque si hablas mal mejor no hables, excepto las jóvenes criaturas amontilladas de la esquerra, que tienen en su iniciación la quema de retratos reales.
Por mucho que se empeñe el PSOE en hacernos creer que ellos trajeron la democracia, y por mucho que se empeñe el PP hasta en renegar de su pasado más inmediato, la verdad es que en la historia de España el nombre de Adolfo Suárez ocupa un lugar privilegiado. Por encima incluso de Franco, y no digamos ya del rey Juan Carlos. Quizás la historia pudo ser de otra manera, tener otros protagonistas, pero Suárez hizo posible la transición pacífica de la dictadura a la democracia, algo que aunque a día de hoy parezca moco de pavo tuvo su complejidad extrema: por un lado la izquierda y por otro el búnker, dispuestos a tensionar hasta donde hiciese falta para hacer triunfar sus posturas.
Adolfo Suárez no recuerda, a día de hoy, quien fue. Tampoco quienes eran los reyes. Pero el rey sí que recuerda perfectamente quienes son él y Adolfo, y esto es algo que, a pesar de que sea totalmente verdad eso de que los borbones te utilizan mientras les sirves, don Juan Carlos no se ha atrevido a olvidar nisiquiera en las condiciones precarias del ex presidente. Y ya es de agradecer estando el patio como está.
Qué duda cabe que todos los premios o reconocimientos a Adolfo Suárez se quedarán en el narcisismo de aquel que lo otorga, a sabiendas de que el duque ya no comprende qué significa nada. Pero precisamente en esto residirá el valor de aquel que lo haga, sabe de sobra que nada puede esperar a cambio ni en forma de favor ni en forma de confidencias.
Aún así, y siendo éste un país acostumbrado a criticar a vivos y muertos, ya es sorprendente que la peor postura que llegue a adoptarse contra Suárez sea la indiferencia. Pero la transición tuvo errores, y Adolfo Suárez también. Idolatrar a la transición es mitificar una etapa reciente de nuestra historia que debe revisarse a fondo, pues de esta revisión pueden, y deben, salir muchas explicaciones y soluciones a problemas políticos que aún nos asolan, algunos inclusos con mayor virulencia. No es cuestión de reescribir la transición, como pretende Zapatero, sino comprenderla. Es normal que estemos condenados a agravar nuestras debilidades y flaquezas si no asumimos que nos hemos equivocado en ciertas cosas.
No obstante, Adolfo sólo se puede merecer nuestro respeto y profunda admiración. Incluso sus enemigos de entonces le deben el cargo y el presupuesto que hoy ocupan y, en muchas ocasiones, saquean. Las autonomías fueron posibles, en gran medida, al proyecto político de Suárez. Al igual que la apertura política sin ambages algunos, a lo mejor Carrillo puede dar fé de ello. Si no es igual, ahí están las hemerotecas.
Pero Suárez se encontró con un enemigo muy poderoso, más que el búnker o la izquierda rupturista, y que fue la ETA. Sin un terrorismo que golpeaba bien duro por aquellos años, muchas presiones nacionalistas no habrían llegado tan lejos, de eso no cabe duda. Y se puede decir que la economía o la política social de un país es algo que va evolucionando en consonancia de la sociedad, y que pueden haber rachas mejores o peores de empleo y riqueza. Pero cuando se empieza a erosionar la identidad común de una nación hasta los extremos de odio, negación y clandestinidad por los que hoy se mueve todo lo español en regiones como Cataluña y Vascongadas, tienen un punto de muy difícil retorno. Y esto fue, precisamente, el mayor error de la transición y del proyecto político de Adolfo Suárez, siempre más allá y por encima de la UCD, con el final que todos conocemos.
Aún así, y llegados a este punto, sería injusto cargar sobre las espaldas de Adolfo toda la culpa de la claudicación política nacional que se fraguó y gestó a partir de 1975, donde todo lo español era franquista para acabar siendo en pleno 2008 sospechoso de franquismo todo aquel que se sienta español y tenga la osadía de reconocerlo. Pero conviene hacer hincapié sobre este hecho decisivo en nuestra historia para comprender la transición como una etapa muy brillante en la historia reciente de España, pero ni mucho menos inmaculada como algunos pretenden mitificar en nuestros días. Porque esta es otra, cuantos centristas de quita y pon están orgullosísimos de la transición mientras escupen cualquier legado que tenga algo que ver con Aznar. Que se lo digan a Arenas, por ejemplo.
Don Juan Carlos le entregó lo más valioso de la corona después de la corona, obviamente, que es el abrazo del rey. Si llegó tarde o no, doctores tiene la iglesia, pero que ese abrazo no puede ocultar el comportamiento poco grato del rey con Suárez cuando este ya no le servía, sería de desmemoriados a mala fé negarlo. Esperemos que el legado de Adolfo sea algo más que este abrazo real. Un legado que muchos quieren usar de manera interesada pero que pertenece, y con razón, a la memoria colectiva y patrimonio político de todos los españoles. Ningún político debe apropiárselo.
martes, 22 de julio de 2008
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1 comentario:
freedom for de basque country!catalonia is not spain!
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